sábado, 22 de abril de 2017

Yo no sé de política...

No, yo no sé de política y no voy a levantarme el cuello y mentirles diciendo que sí... No sé tampoco de economía o de relaciones internacionales... Tampoco sé de Derecho internacional y quizá menos aún de Derechos humanos... Desconozco demasiado de historia, de socialismo, comunismo y de democracia.

Ignoro bastante de historia venezolana y casi tanto o más como ignoro de la de Siria, Israel, India, Irlanda, China, Americana y sí, ¿por qué no confesarlo claramente?, mexicana...

En el fondo, debo decir con vergüenza (sí, cuando uno habla de causas sociales debe tenerla aunque sea poquita) que ignoro también de hambre y de pobreza, Dios puso en mi camino muchas cosas, carezco de muy poco... he tenido una buena vida.

Pero sé de miedo.


Sé de miedo porque he vivido en carne propia los rafagazos de un tiroteo, he escuchado pisadas de botas militares andando por el techo de mi casa, los susurros de hombres armados que buscan contra los muros de tu hogar...

¿Conoce el sonido de un cuerpo cuando es arrojado dentro de un vehículo?, ¿ha escuchado alguna vez cómo se sacude alguien cuando le golpean y le interrogan a punta de pistola, cómo sale el aire de un golpe de su ser con un silbido ahogado y seco?


Yo sí, sí sé de eso... y puedo entender el miedo que siente la gente de Siria en un 5%, cada noche mientras son sometidos a la violencia de una guerra que no pidieron, al terror de no saber si lo que escuchan es una detonación de arma de fuego o una bomba a lo lejos que de una u otra forma le costará la vida; entiendo aunque sea un cuarto de lo que siente un venezolano encerrado en su habitación escuchando como afuera militares y policías persiguen opositores y disparan salvas (o no) al aire, disipando protestas.

También se de multitudes asustadas, he sentido en carne propia el movimiento de la masa víctima del miedo, el cómo escuchas una detonación a tu espalda y pareciera que te han metido en una manada de cebras que huyen desesperadas buscando asilo, bajo un techo, tras un árbol, entre un montón de piedras, como te pisan y empujan y aprietan como si estuvieras metido en un costal de papas y fueras una más de tantas; sé de eso porque he estado metida en una muchedumbre que es atacada indiscriminadamente, un gentío que despavorido actúa por instinto... fui ese niño que se ve sujeto a la mano de su madre mientras recibe empujones en las costillas de cuanta rodilla le rodea rumbo a un muro que no le sirve de trinchera, pero sí que lo pone como tiro al blanco.

Yo no sé de operaciones negras, de infiltraciones gubernamentales, de jugadas extranjeras dígase intervenciones en países con riqueza de petróleo o de algún otro recurso natural; yo no sé de idealismo socialista y búsqueda del bien común en una época tan modernizada que no interesa al grueso de la población si mejora el vecino o los de la comunidad rural más alejada, sino más bien si el celular que se posee es mejor que el que va a mi lado en el autobús.

Yo sé de desesperación por dejar de escuchar de dolor y pena, yo sé de preocupación por el mundo, el país, la ciudad en que viven las personas que amo... sé de despertar a media noche con la duda entre ceja y ceja de si en algún sitio, alguien, quien sea, está agonizando por un ataque químico, por la ausencia de un medicamento... por una bala perdida... y de si conozco a esa persona... de si hay alguien que sujete su mano y le acompañe en ese instante.

Hoy, sé de algo mucho más importante que todo esto que acabo de decir, quizá sin sentido, quizá sin lógica:

Hoy sé de rezar por el mundo... de rezar por todos.

Que Dios nos ampare.

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