sábado, 13 de mayo de 2017

Citando: Waters a propósito del deseo

¿Qué sabe usted del deseo?

¿Lo ha sentido?


Sí, esa angustiada necesidad del tacto, la expectativa venenosa de sentir, como una reptante correa de cuero deslizándose por un brazo desnudo, como una suave brisa tibia en una mañana helada; el deseo es un latido tenue en la sien derecha, que se va fortaleciendo conforme pasa el rato, a la espera de ver una mancha roja en el firmamento, a la espera de sentir que una puerta se abre o cierra, a la espera del estruendoso sonido de la seda cayendo sobre la alfombra.


El deseo se manifiesta en el ahogo, la asfixia de un beso posesivo, arrobado y estrangulador, ese beso que humedece y devora, el beso que corroe desde fuera e invade alma y luego cuerpo; el deseo nubla la visión y sofoca, hace pesado el aire y aumenta por cientos, ¡miles! de atmósferas la presión sobre un cuerpo, el peso se vuelve indescriptible y el sacudimiento es ardoroso, efusivo.

Desear es anhelo y es hambre.


Pero desear es perder el estado mismo de nuestra materia y cambiarlo, ir de uno a otro con la velocidad del rayo, desear y poseer lo que se desea es quedarse suspendido en el aire, es morir y no morir, es ser feliz y estar angustiado; desear es tenerlo todo sin tocar nada, porque el deseo se alimenta de la ausencia de lo deseado y se regocija en ella, porque cuando se tiene lo deseado:



"Lo siento. Es como una caída, un descenso, un goteo, como arena que cae de una bombilla de cristal. Me muevo, y no estoy seca como arena. Estoy mojada. Fluyo como agua, como tinta.

Empiezo a temblar, como ella."*

Y cuando se empieza a temblar es señal de temor, de debilidad y emoción, cuando uno empieza a temblar ante lo deseado es que se ha cumplido la misión del deseo mismo:


Poseer.



*Waters Sarah, Falsa IdentidadEditorial Anagrama, Barcelona, 2003, pág. 319

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